Pablo llamado a ser apóstol: En
la Biblia , el
apóstol es un discípulo investido de gran autoridad. Según el autor de Hechos
de los apóstoles (Hch 1:15-25), apóstol es aquel que ha conocido personalmente
al Señor y que ha sido “testigo de su
resurrección”. Pablo asevera que Dios lo
ha llamado a ser apóstol (1Corintios 1:1, 2 Corintios 1:1). Pablo no dudaba que
su mensaje provenía de Dios.
Él
declara haber sido apartado para el evangelio, aunque su conversión al
cristianismo Pablo había sido apartado, como fariseo se había apartado así
mismo para la ley, ahora había sido apartado por Dios, para el evangelio.
El
evangelio le instó a dedicar su vida a la predicación de las buenas nuevas. Por
eso es de notar que esa instancia, ese llamado, es también para nosotros. Como
pasó con Pablo, ocurrirá con nosotros: el evangelio en nuestras vidas dará
forma a todo lo que hagamos o pensemos.
Según
Pablo, la salvación es para “todo aquel que cree; al judío primeramente,
también al griego” (Romanos 1:16). Es, en suma, de carácter universal. Desde la
perspectiva judía el mundo tenía solo dos clases de gente: la que era judía y
la que no era. Por eso como lo dijera León Morris, “la combinación abarca la humanidad
toda. El evangelio para todos; no sabe de fronteras ni de razas”. Pero Pablo
nos muestra que la salvación tiene condición: es “para todo aquel que cree”.
Dios no se la impone a nadie.
Sin
embargo, Pablo también es claro en cuanto a que, en cierto sentido, los judíos
tienen la prioridad. Jesús enseño lo mismo cuando señalo que “la salvación
viene para los judíos” (Juan 4:22). Después de todo, Dios no sólo usó a la
nación judía para salvaguardar el convenio en la época del Antiguo Testamento.
Pablo deja bien claro que la salvación es un asunto de fe “de principio a fin”.
A fin de sostener su tesis Pablo cita un pasaje de las Escrituras que los
judíos sin duda conocían, Habacuc 2:4 “El justo por su fe vivirá”. El contexto
de este pasaje es significativo. El profeta se estaba quejando porque Dios
estaba usando a los caldeos; “nación cruel y presurosa, formidable y terrible”,
¡para castigar a Israel por su pecados! ¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía Dios
usar a los impíos para corregir a los impíos? La respuesta de Dios no se hizo
esperar: “He aquí que aquel cuya alma no es reta, se enorgullece; mas el justo
por la fe vivirá”.
Pablo
tomo este pasaje de Habacuc, para mostrar el factor clave de la salvación en lo
que respecta a la participación humana. Demostró que aunque era imposible ganar
la vida eterna por medio de la obediencia, era posible alcanzarla por medio de
la fe en Dios: “el justo por la fe vivirá”.
El problema del pecado: La
revelación que Dios hace de sí mismo en la naturaleza es lo que los teólogos llaman:”revelación
general”. Los judíos contemporáneos de Pablo
contaban con ambos libros de Dios (la revelación general y la especial),
pero los gentiles solo tenían la revelación incompleta, a través de la
naturaleza. Sin embargo, según Pablo, aun esas revelaciones parciales
manifiestas en la naturaleza y a través de conciencia eran suficientes para
considerarlos responsables frente a Dios.
Tal
como Pablo nos lo explica en Romanos 1:18, el problema real era que preferían
“la impiedad y la injusticia”, antes que lo que sabían acerca de Dios y de su
bondad. Y por eso habían escogido detener “con injusticia la verdad”. Sin
embargo como lo dice Pablo rechazar la revelación general de Dios lo dejaría
sin excusa.
La
rebelión contra Dios y el descuido de la alabanza y el agradecimiento nos
afectan. En Romanos 1: 21-32, Pablo
representa los resultados del pecado en una serie de consecuencias
descendentes. En primer lugar, entenebrece el corazón de la gente y hace que
esta se vuelva necia, aunque proclame ser sabia.
Según
Pablo, uno de los primeros resultados del pecado es que ofusca el pensamiento,
minimiza su eficacia, entonteciendo al individuo en sus razonamientos y
oscureciendo su mente. El apóstol conocía bien las contorsiones filosóficas a
las que el mundo de sus días se entregaba, especulando acerca del significado y
el propósito de la vida.
Tras
casi dos mil años de los días de Pablo y de sus Epístolas, las filosofías
humanas no han cambiado mucho. A fines del siglo XVIII, David Hume proclamaba
que podía demostrar a través de sus investigaciones, que no había en el mundo
que lo rodeaba, cosa tal como causa y efecto. Sin embargo, también observó que
en cuanto dejo sus estudios para entrar al mundo ordinario de sus días, le fue
difícil vivir a la luz de sus descubrimientos filosóficos.
Habiendo
abandonado la creencia en el único Dios verdadero, el mundo ha tolerado una
serie de especulaciones filosóficas que lo ha llevado a todos los recovecos del
entenebrecimiento y la necedad. Tal ha sido el resultado intelectual de la
humanidad que le ha dado la espalda a Dios.
En
el pensamiento de Pablo, una de las evidencias de la necedad de quienes volvían
sus espaldas a Dios era la idolatría. Nada se le ocurría más irracional que
ignorar al Creador, mientras al mismo tiempo se adoraban imágenes de sus
criaturas. Esa percepción, sin embargo,
no era original ni exclusiva de Pablo. Isaías, refiriéndose al artesano que
crea ese tipo de imágenes, observa que toma parte de un árbol “para calentarse;
enciende también el horno, y cuece panes”, pero con el resto hace “un dios y lo
adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él. Parte del leño quema en
el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después
calienta y dice: ¡Oh!”, me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante
un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo:
Líbrame, porque mi dios eres tú” (Isaías 44:15-17).
Tanto
Pablo como los judíos de la antigüedad consideraban la idolatría como la máxima
ironía, lo último en necedad. Pablo asegura, en
Romanos 1, que esa necedad era característica de quienes habían dado la
espalda a lo que conocían de Dios; era el producto de su pensamiento
entenebrecido. Ahora como gente moderna del siglo XXI, vemos claramente la
insensatez de la idolatría.
El
apóstol quiere mostrar lo que le sucede a la gente cuando aleja a Dios de sus
vidas. Uno de los hechos inexorables de la vida es que el pecado engendra
pecado. Cuando un individuo o una sociedad emprenden el camino del pecado,
se acostumbra. Cada vez le es más fácil
practicar el mal. En realidad pronto llegará a verlo como algo normal. El apóstol
anhela que cada uno de nosotros reconozca la profundidad de su propio pecado.
Nos insta a descubrir la apariencia engañosa del pecado y apercibir su
profundidad, a fin de que podamos reconocer la magnitud del ofrecimiento divino
y nuestra necesidad del mismo, independientemente de cuán “buenos” nos sintamos
o creamos serlos.
Pablo
afirmaba que no estaba avergonzado del evangelio”porque es poder de Dios para
salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.
Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. Pablo
no se detuvo entonces a explicar que quería decir con esto, porque antes tenía
que asentar otra idea; quería dejar en claro que todos necesitaban la justicia de Dios y que nadie podía
obtenerla por condición humana alguna ni por merito propio: o sea, ni por nacer
en el seno del pueblo del pacto ni por guardar la ley.
Ya
asentada esta verdad, Pablo puede retomar el tema de la justificación por la
fe, cuya introducción presentara en el capítulo 1: 16 y 17 de romanos. Puede
explicar ahora lo que quiso decir con esa frase. Y a todos nos conviene
escucharle, pues tampoco nosotros tenemos esperanza, fuera del ofrecimiento de
la gracia de Dios. Para Pablo, esta justicia es la mayor necesidad de la
humanidad. De ahí que la proclame desde el centro mismo de su presentación de
las buenas nuevas. Esta “justicia” constituye la esencia misma de lo que él
entiende por “evangelio”.
El
legalismo no funciona. Nadie entrará jamás al reino de Dios en virtud de lo que
haya hecho. Pablo nos lo explica en un par de respuestas, que analizaremos en
orden inverso, una de las razones es que Dios nunca hizo la ley con el objeto
de salvar a la gente. La estableció, mas bien, como norma que debería
guardarse, pero que, como señala el apóstol en Romanos 3:20, cuando se
trasgrede sólo, puede mostrarse el
pecado cometido.
Y
es aquí donde entra la segunda respuesta de Pablo. La promesa de Dios es capaz
de hacer lo que la ley no puede. Sus promesas conllevan gracia de lo alto.
Pablo afirma que no hay dos caminos para llegar al reino. Hay sólo uno:
aferrarnos de la promesa de Dios con todas nuestras fuerzas. El método de la
ley y el de la promesa (por gracia) son incompatibles. Por su puesto Pablo no
está contra la ley de Dios, sólo se opone a que se la emplee como medio de
salvación. Dios quiere hacernos comprender que hay un solo camino hacia la
rectitud.
1-Pablo
asevera que la ley, por cuyo es el
conocimiento del pecado, hace que este abunde
2-más
pecado equivale a más gracia
3-por
lo tanto, sigamos pecando, para que la gracia de Dios crezca y Dios sea
glorificado aún más por la
sobreabundancia de su gracia.
Semejante
razonamiento invalidaría la teología de Pablo entre los pensadores de verdad,
mientras que daría pie a la vida licenciosa entre los irresponsables e
hipócritas. Como se analizará más adelante, Pablo rechazará decididamente esta
perversión del evangelio; a la vez que proporciona información esencial acerca
de cómo ha de vivir el creyente justificado.
La
sola idea de que el pecado pudiera, de alguna manera, ser agradable a Dios o un
tributo a su honor, horrorizaba al apóstol. De ninguna manera se iba a poner a
razonar con semejante estupidez. Así que, antes que responder con algún
argumento en contra; prefirió formular una pregunta retorica: “Los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”. Con esto Pablo no dice que las
personas convertidas nunca más cometen actos pecaminosos. Se refiere a la
orientación de la vida del cristiano; el cristiano no vive orientado hacia el
pecado. Procura la virtud. Cuando peca, por supuesto, la función condenatoria
de la ley le impulsa a volver al pie de la cruz, para recibir gracia y perdón. Algo sorpresivamente, Pablo recurre a la
imagen del bautismo para ilustrar lo que significa morir al pecado. Al utilizar
el término “bautismo”, sin embargo, el
apóstol introduce otro elemento. El bautismo no sólo representa la muerte a la
antigua manera de pensar y de vivir. También significa “bautismo en Cristo Jesús”.
Como el propio Pablo señala en 1 Corintios 12:13 “Por un solo Espíritu, fuimos
todos bautizados en un cuerpo”. Así, por el Espíritu, el creyente bautizado se
integra al cuerpo de Cristo, representado en la tierra por la iglesia.
Pablo
se refiere a la persona que acepta la obra de Cristo, como a una “nueva
criatura”, para quien “las cosas viejas pasaron” y “todas son hechas nuevas” (2
de Corintios 5:17). Y en Gálatas 2:20 asegura: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi; lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mi”. Pablo urge a sus lectores a no permitir que el pecado reine
sobre ellos. La sola exhortación al respecto implica que el pecado está siempre
presente y al acecho; los creyentes no llevamos una existencia serena, externa
de la posibilidad de pecar. Aunque estemos “en Cristo”, permanecemos en nuestra
carne y sentimos sus punzadas. Pablo deja en claro que el creyente no está bajo el dominio del
pecado, porque está bajo el dominio de la gracia, antes que de la ley.
La
ley tiene su propósito, pero Pablo insiste en recalcar que no es el de
librarnos del señorío del pecado. Éste es el papel de la gracia. Es por la
gracia de Dios que el pecado deja de ser nuestro amo. A fin de entender a Pablo, es menester
comprender cuál era la condición del siervo (o esclavo) en la sociedad de sus
días. En nuestra cultura, cuando nos referimos a un sirviente, pensamos en las
personas que trabajan para su jefe o patrón durante las horas acordadas por
ambos. Una vez cumplidas sus horas de trabajo, el sirviente puede hacer lo que
quiera con su tiempo libre. En los días de Pablo, la condición del sirviente
era muy diferente. El siervo o esclavo de sus días no tenía tiempo libre. Todo
su tiempo pertenecía a aquel a quien él mismo pertenecía. Ningún momento le era
propio. Le era imposible servir a dos señores, porque todo su tiempo le
pertenecía exclusivamente a uno.
Esta
es la idea que Pablo tiene en mente al emplear esta analogía. William Barclay
lo explica así: “En un tiempo, usted fue esclavo del pecado. El pecado tenía
posesión exclusiva de su persona. Por entonces, usted no podía hablar de nada
que no fuera pecar; pero ahora, tiene a Dios como amo. Dios tiene posesión
exclusiva de su persona; a ahora, usted ni puede hablar de pecar: no puede
hablar, sino de santidad”.
La
nación israelita era el conducto para la venida del Mesías. Desde la primera
vislumbre del Mesías, en Génesis 3:15, hasta la promesa hecha a David, la
esperanza de la nación se había concentrado en el Ungido especial de Dios, que
había de salvar a su pueblo. Ocho grandes bendiciones y sin embargo la nación
no fue salva. Desde luego, muchos judíos individuales se habían entregado a
Cristo, pero no el grueso de la nación. Este hecho encierra una lección para
nosotros: Las ventajas espirituales, por excelentes que sean, no salvan a
nadie. Pueden ayudar a preparar los corazones, pero sin elección de aceptar a
Cristo, son insignificantes.
Pablo
experimentó en si mismo esa verdad. En Filipenses nos habla de sus orígenes.
Menciona seis ventajas: cuatro de ellas que le correspondían por nacimiento, y
dos que había obtenido por su propio celo y esfuerzo. El apóstol (1) había sido
circuncidado al octavo día; (2) pertenecía al pueblo de Israel; (3) era hebreos
de hebreos (su linaje era puro); (4) era miembro del exclusivo partido
farisaico; (5) había demostrado su celo por Dios al encabezar la persecución de
los cristianos, y (6) era “sin tacha” en lo referente a la justicia que es por
la ley (Filipenses 3: 4-6).
Hombre
joven al cual la vida parecía sonreírle, Saulo tenía todas las ventajas. Sin
embargo, no lo salvaron. Su salvación llegó cuando se encontró con Jesús en el
camino a Damasco. Allí decidió que ni siquiera todos sus privilegios juntos
eran suficientes. Al encontrarse cara a cara con Jesús, se dio cuenta en qué
consiste la verdadera justicia, y que todas sus prerrogativas eran como “estiércol”. Al momento entrego
todas sus ventajas humanas y sus logros a cambio de la justicia de Cristo.
Pablo
deseaba lo mismo a sus conciudadanos de Israel. Y nos ofrece lo mismo a
nosotros. Anhela que entreguemos todas nuestras ventajas, todos nuestros
logros, y aun todo lo que somos, a cambio de la salvación en Cristo Jesús.
El
apóstol Pablo era un hombre con un llamado de Dios. Desde el momento cuando le
impusieron las manos en Antioquia, se convirtió en un misionero para Cristo
hasta el fin de su vida terrenal.
Tomando
en cuenta lo difícil que era viajar durante el primer siglo, los tres viajes
misioneros de Pablo, que lo llevaron a Turquía, Macedonia y Grecia, fueron
verdaderas hazañas. Estaba obedeciendo tanto la Gran Comisión como su llamado
especial. Pablo llegó a ser el misionero modelo en la historia de la
cristiandad. Aun hoy, 2.000 años después, hay hombres y mujeres que todavía
siguen los pasos del primer gran misionero.
Tal
vez la tensión más general que existía en la iglesia en los días de Pablo, eran
las controversias religiosas y raciales que surgían entre los cristianos de
procedencia judía y gentil. Como apóstol de los gentiles, Pablo estuvo en el
mismo centro del conflicto entre los dos grupos de creyentes. Hizo lo mejor que
pudo a que los cristianos judíos de su
tiempo comprendieran que el cristianismo y la salvación por gracia mediante la
fe, afectaba tanto la ley moral como la ceremonial. El apóstol hacia todo lo
que podía para unir a los dos grupos, a la vez que se mantenía fiel a la verdad
del evangelio. Una de las cosas que se proponía, era conseguir que los gentiles
cristianos ayudaran en forma tangible a sus hermanos y hermanas judíos. Para conseguirlo,
Pablo desarrolló un programa extenso de recoger ofrendas en todas las iglesias
que había fundado, compuesta mayormente de gentiles, con el fin de ayudar a
aliviar el sufrimiento de los pobres en Jerusalén.
Fue
por eso que Pablo se le ocurrió un plan de alivio. Para el apóstol, este
programa abarcaría más que sólo el alivio a las necesidades físicas. Lo que
estableció para ayudar a fortalecer la unidad de la iglesia. Por eso era de importancia
crucial para la salud espiritual de los que ocupaban ambos lados de la
divisoria racial.
Como
resultado, cuando Pablo dijo que los gentiles habían hecho una contribución,
usó una palabra que realmente significa “compañerismo”. Lo que él quería decir
era que el regalo no venia sin alma. Por el contrario, era una expresión del
profundo amor que une a los cristianos en un solo cuerpo, la iglesia.
Para
Pablo, la aceptación judía de las ofrendas de los gentiles iba cargada de un
significado aun más profundo. La iglesia cristiana había cambiado rápidamente
en lo pocos años de su existencia. Habiendo comenzado casi como un adjunto del
judaísmo, su feligresía llegó rápidamente a estar compuesta mayormente de gentiles, con Pablo como misionero
principal de ellos. Recibir de manos de Pablo un regalo monetario de los
gentiles, significaría la aceptación de la nueva situación entre ellos. Con un asunto tan importante en mente, Pablo
pide las oraciones de los romanos en su favor, mientras viaja hacia Judea. Él esperaba
sobre todo, que su misión allí resultara en paz y unidad.
La
actitud de Pablo encierra lecciones para todos nosotros. Primero un cristiano
es alguien que completa las tareas importantes que se le asignen. Es parte de
nuestro servicio a otros y a Dios ser obreros completos en todo lo que se nos
asigna. Segundo, la experiencia de Pablo nos enseña una lección de evangelismo.
Demasiadas veces dejamos de trabajar por los nuevos conversos después que se
han unido a la congregación. En tercer lugar viene la lección de las
prioridades. Como cristianos que servimos a un Dios fiel, debemos siempre
mantener nuestras propias prioridades en el debido equilibrio.
Pablo
tenía razón. No ganamos la salvación por obras o por guardar la ley, sino los
que son salvados por fe obedecen. Tienen la obediencia de fe y aman la ley de
Dios. Este concepto es uno de los temas
que trata a través de sus epístolas. La obediencia no tiene valor fuera de una
relación basada en la fe, pero dentro de esa relación, la obediencia es esencial.
Debemos
estar agradecidos que Pablo, el ex fariseo, se haya convertido y nos pueda
contar sus experiencias. Sus enseñanzas son importantes porque todavía estamos
luchando con esas mismas dificultades. Una
de las cosas que podemos decir es que Pablo colocó a Dios en el centro de todo.
Lo que el Señor había hecho por él en Cristo, nunca estaba lejos de su mente.
Él sabía dónde estaba el centro. Todo lo que
creía se relacionaba con la gracia de Dios, el sacrificio de Cristo y la obra
del Espíritu Santo.
Por: Robinsón Valencia
bjoven-central.blogspot.com