Todavía recuerdo la primera vez que presenté en público los conceptos que he tratado hasta aquí. Durante algún tiempo consideré la necesidad de hablar sobre el tema, pero no habla tenido tiempo de organizar mis ideas. En la primavera de 1991, la Asociación de Georgia-Cumberland me invitó a presentar una serie de charlas durante su reunión campestre anual. Al llegar al lugar de la reunión descubrí que me habían asignado una hora más de lo que yo había anticipado.
Había llegado la oportunidad de presentar el tema sobre la justificación.
Había aprendido que cada vez que predico sobre un tema nuevo me harán preguntas que nunca se me habían ocurrido. No me defraudaron en aquella ocasión. Ni siquiera había terminado de hablar cuando alguien exclamó:
-¡Dios nos salva de nuestros pecados, no en ellos!
-¡No existe ninguna excusa para transgredir la ley! -dijo otro enfáticamente.
Cuando respondí aquellas preguntas, se levantó una tercera mano de alguien que preguntó.
-Usted no se refiere a los pecados intencionales, ¿verdad?
No recuerdo cómo respondí a esta pregunta, pero sé que durante varios meses, prácticamente dondequiera que presentaba la misma charla, alguien se me acercaba al final de la reunión y me decía:
-Seguramente usted no se refiere a los pecados intencionales, ¿verdad, pastor Moore?
A menudo, el tono de voz y sus miradas me decían que estaban bastante preocupados de que en realidad estuviéramos hablando de pecados intencionales.
Consideré esa última pregunta por un buen tiempo antes de encontrar la respuesta; o quizá debiera decir, antes de encontrar una respuesta que tuviera sentido para mí mismo. Ahora presento la respuesta como pane de un. seminario y ya nadie ha vuelto a hacer la misma pregunta. Cuando usted lea mi respuesta, espero que le parezca acertada. Si así es, también espero que sean buenas nuevas.
Los pecados que Dios no cubrirá
Antes de decir si la justificación cubre o no los pecados intencionales, tenemos que definir qué entendemos por pecados intencionales. Veamos tres tipos d;;'pecados intencionales que Dios no perdonará y no cubrirá con la justicia de Cristo.
La rebelión
Por pecados intencionales entendemos los pecados que una persona decide cometer con el pleno conocimiento de que se trata de algo impropio, y sin abrigar el deseo de hacer lo correcto. Si esto es así, entonces estoy de acuerdo: la justificación no cubre ese tipo de pecado intencional.
A esto lo llamo "pecados con arrogancia". Es en realidad lina rebelión contra Dios. El mundo está lleno de personas que piensan que las normas morales de Dios son tontas, que los cristianos que obedecen sus leyes son personas ingenuas. Son individuos que se sentirán muy bien si nadie les señala sus pecados. Tales personas no abrigan ningún tipo de arrepentimiento en sus corazones. Mientras mantengan esa actitud acerca de sus pecados, no podrán recibir la justificación divina. Cualquier pecado del cual/no estemos dispuestos a arrepentimos, jamás será cubierto por el manto de la justicia de Cristo.
La presunción
Otro tipo de pecado intencional que Dios no perdonará ni cubrirá con la justicia de Cristo, es todo aquel que intentemos justificar. Escuché un buen ejemplo en una charla que presenté en el sur de California a fines de
1993. Al concluir la presentación sobre los pecados intencionales, una dama levantó la mano para decir: "Tengo un amigo que fuma. Él me dice que se le hace imposible vencer su hábito, y cree firmemente que Dios entiende su situación y lo perdonará a pesar de todo".
Eso es presunción. Deseo compartir un principio del cual hablaré en los próximos capítulos en otro contexto, pero que debo exponerlo aquí también: La victoria sobre cualquier pecado está al alcance de todo cristiano.
No existe un pecado imposible de vencer. El arrepentimiento significa que usted acepta esta declaración y se compromete a que se convierta en una realidad en su vida. Puede que luche durante mucho tiempo antes de lograr una victoria completa, pero nunca hemos de abandonar el propósito de vencer. Usted jamás debería renunciar a la victoria.
El hombre que dijo que no podía vencer su hábito de fumar y que estaba seguro que Dios lo entendería y lo perdonaría, no estaba dispuesto a creer que podía triunfar. Aunque estuviera dispuesto a creer, no estaba dispuesto a pagar el precio que la victoria demanda. Decía, en esencia:
"Me gusta demasiado mi pecado para dejarlo, de manera que vaya racionalizar una manera de disfrutarlo y creer que seré salvo de todas formas".
No vacilo en decirle a cualquier cristiano que piensa así: Usted corre el grave peligro de romper su relaci6n con Jesús, si es que no la ha roto ya.
Presunción significa presentar excusas por nuestros pecados, porque nos negamos a creer (o no queremos creer) que podemos vencerlos. Es una forma intencional de pecado que Dios no puede perdonar, y que no cubrirá con la justicia de Cristo.
Una doctrina mortal
Una tercera forma de pecado intencional, que es fatal para la vida eterna, es la que se apoya en lo que yo llamo "una doctrina mortal". Encontré una excelente ilustración en un articulo sobre la homosexualidad publicado hace algún tiempo en Christianity Today. Antes de citarlo, deseo asegurar que los editores de dicha publicación no aprueban la actitud que en el mismo se expresa. A continuación el párrafo:
"Gail, una lesbiana que sostenía una relación monógama, habla apasionadamente de su fe cristiana. [ ... ] Argumenta que la verdadera fe cristiana no se atascará en el arrepentimiento y en el perdón, sino que podrá ser alimentada por cualquier forma de amor" (Christianity Today, 19 de julio de 1993).
Para nuestros fines, el asunto central en la declaración de Gail es negar que el arrepentimiento juegue papel alguno en la vida cristiana. A esto lo llamo "una doctrina mortal".
Ningún ser humano posee una teología perfecta, no importa lo sincero que pueda ser, o lo bien que conozca la Biblia. Cualquier persona que sea salva, lo será a pesar de su teología defectuosa. El requisito para ser salvo no ,es poseer una teología perfecta. Es, 'más bien, tener fe en Jesús.
Sin embargo, algunos conceptos teológicos, ° algunas doctrinas, no son tan solo defectuosos, sino q1Ae son letales. P.or ejemplo, Juan dijo que cualquiera que niegue 'que Jesús vino en la carne 'está de parte del anticristo (ver 1 Juan 4: 1-3). ,¡Creo que usted estará de acuerdo conmigo en lo tocante a que el anticristo ITO tendrá parte alguna en el reino eterno de Dios!
Otra doctrina letal es negar que Jesús sea el Salvador del mundo,que no murió para salvar a los seres humanos de sus pecados. Estoy seguro que habrá innumerables personas en el delo que no llegaron 'a conocer nada acerca de Jesús, o, que si supieron algo de él, no entendieron plenamente quién era y lo que había hecho por eUos, Pero nadie podrá ser salvo si conoce la verdad y se niega a creerla. Esta es otra doctrina mortal.
Gail creía y practicaba una doctrina que neva a la muerte. Ella creía que "la verdadera fe cristiana no se atascará en el arrepentimiento y el perdón, sino que será alimentada por cualquier forma de amor". Juan el Bautista dijo: "¡Arrepentíos!" Jesús dijo: "¡Arrepentíos!" Pedro dijo "¡Arrepentíos!"
(Mat. 3: 2; 4: 17; Hech. 2: 38). ¡Cómo puede Gail decir que el arrepentimiento no es importante para la fe cristiana!

Dios puede aceptar a la gente que piensa que algo es correcto cuando a sus ojos es incorrecto, siempre y cuando no traten de justificar su conducta, o se rebelen contra sus leyes. Por equivocada que sea la conducta homosexual, la "doctrina letal" de Gail no era creer que la homosexualidad es una conducta aceptable para los cristianos. Mi preocupación es que ella no aceptaba el valor del arrepentimiento.
No puedo dejar de preguntarme si Gail decidió actuar de aquella forma porque no deseaba abandonar su homosexualidad. Solo Dios lo sabe; pero si esta era su forma de pensar, entonces su doctrina era mortal porque trataba de justificar al pecado, y de hecho equivalía a decir que la victoria es imposible. Esta es otra variante de los pecados intencionales que
Dios no puede perdonar y que no cubrirá con la justicia de CristO.
Los pecados que Dios sí cubrirá
Ya que hemos examinado tres categorías de pecados intencionales que
Dios no puede aceptar, me gustaría mencionar una que si creo ha de perdonar.
Me refiero a lo que algunas personas llaman "un pecado conocido".
El asunto es este: Cuando alguien sabe que está haciendo algo incorrecto, ¿será esto un pecado intencional que Dios no puede perdonar, o cubrir con la justicia de Cristo? Mi respuesta es: no necesariamente,
Permítanme explicarlo.
Comenzaré citando un texto que encontré en un folleto publicado por
The Bridge, un centro para el tratamiento a la adicción a sustancias químicas que ya hemos mencionado anteriormente. Los directores del centro, Paul y Carol Cannon, son unos consagrados adventistas del séptimo día. Tuve el privilegio de participar en su programa de tratamiento de la dependencia en marzo de 1993, y mi esposa Lois hizo lo mismo dos meses después.
Lo que deseo compartir con usted es una carta escrita por un adicto a
The Bridge.
"He sido adicto desde los trece años. Tengo dos hermanas menores. Mis dos hermanos más jóvenes murieron a causa del infierno del alcohol y las drogas. Mi padre también murió de lo mismo. Mi madre, quien prácticamente ha perdido la razón [debido al alcohol], ha estado viviendo prácticamente en las calles.
Mi abuso de la bebida y las drogas está empeorando. He experimentado con la cocaína, la marihuana y con las drogas inyectadas. Este pasado fin de semana gasté setenta y cinco dólares en cocaína, sacado del dinero que teníamos reservado para pagar el alquiler de nuestra casa móVIl. Debido a que gano 5,75 dólares por hora, esto representa una porción grande de mi sueldo.
Cada vez que uso drogas y alcohol, me digo a mí mismo, a mi esposa, a mi hijo mayor y al Señor, que estoy arrepentido y que deseo dejar el vicio. Mi intención es que esa sea la última vez, pero nunca sucede así; apenas uno o dos meses después vuelvo a caer.
Mi esposa, junto con otras personas que se preocupan por mí, continúa diciéndome que la única manera de vencer el hábito es haciendo una entrega total a Jesús. Mi esposa está escribiendo esta carta a máquina y me pregunta qué otra cosa quiero decir, pero mi mente no está muy clara y no puedo pensar en este momento qué más puedo decir, excepto hacer una pregunta: ¿pueden ayudarme?"
Reflexionemos un poco acerca de esta carta. De hecho, me gustaria que nos hiciéramos tres preguntas.
• Cuando este joven bebe y usa cocaína, ¿sabe lo que está haciendo?
• ¿Se arr~piente de su pecado?
• ¿Se está apartando del pecado, está intentando vencerlo?
Cada vez que presento este tema un sábado de mañana, por lo general le pido a la congregación que respondan a esas preguntas levantanri.: la mano para expresar su aprobación o su desacuerdo. La mayor par:c responde afirmativamente a las tres preguntas.
Esta es otra pregunta difícil:
Si el arrepentimiento genuino incluye tristeza por el pecado (una actitud) y un abandono del mismo (una acción), ¿estaba aquel joven genuinamente arrepentido?
Mis oyentes nunca han vacilado en responder afirmativamente a esta pregunta. Aquel joven detestaba el hábito pecaminoso de ingerir alcohol e inyectarse drogas. Estaba desesperado por obtener la victoria (actitud).
Además, como el hijo pródigo, estaba haciendo un esfuerzo por dejar el vicio (acción). Según sus propias palabras, en numerosas ocasiones le había prometido a Dios, a su esposa y su familia que iba a abandonar sus hábitos, y en cada ocasión lo había logrado ... aunque tan solo por algún tiempo. Finalmente, en medio de una total desesperación, dictó una carta para enviarla a The Bridge, con el fin de pedir ayuda.
Claramente, este joven deseaba dejar su vicio y estaba intentando hacerlo.
Manifestaba todas las señales de un arrepentimiento genuino.
Ahora permítanme hacer otras dos preguntas:
Si Jesús está dispuesto a aplicarle sus méritos divinos a las deficiencias de cualquier persona que tiene en su corazón el deseo de obedecer a Dios, y que está haciendo esfuerzos para lograrlo, ¿podría aquel joven ser incluido?
El público siempre ha respondido afirmativamente a esa pregunta.
Ahora sigue la pregunta más difícil de todas:
Si aquel joven sabia lo que estaba haciendo cuando bebía y cuando usaba cocaína, y sentía remordimiento por lo que hacía, deseando abandonar su conducta, ¿suplirá Jesús su deficiencia con sus propios méritos diVInos, aunque no haya dejado sus hábitos? ¿Lo cubrirá Jesús con su justicia mientras él lleva a cabo sus actos pecaminosos?
Me gozo al poder decir que la mayoría de los adventistas levantan la mano para responder afirmativamente a esta última pregunta.
¿Pero cómo puede ser verdad esto? Aquí tenemos un joven que sabe muy bien lo extremadamente malo que es beber alcohol y usar drogas, y lo hace de todas formas. ¿Es de esperar que Dios cubra ese pecado con los méritos divinos?
Suponga que hay una dama cuyo pecado favorito es el chisme. Un sábado de mañana, mientras escucha el sermón, Dios la convence de lo malo que es el chisme. De inmediato se arrepiente. Se siente muy acongojada por su pecado, y jura que lo dejará. En efecto. durante dos semanas lo deja.
Pero un día se entera que el primer anciano y la directora del coro están sosteniendo una relación ilícita, y cede ante la tentación. Toma el teléfono y comparte las aquellas noticias con su mejor amiga  ¿Cree usted que Jesús cubrirá el pecado del chisme de aquella hermana, una trasgresión obvia, con sus méritos divinos?
La mayor parte de los adventistas que he conocido no tienen reparos en responder afirmativamente. Dicen: "A fin de cuentas, no es más que un pequeño pecado".
¡Qué interesante! ¡El plan de Dios para salvar a los que cometen pecados de menor cuantía es diferente del método aplicable a los que han cometido pecados mayores!
Lo cierto es que Dios nos salva a todos del mismo modo. Puede que sea más aceptable para nosotros suponer que Dios cubra los pecados pequeños con su justicia y no los grandes, pero puedo asegurarle que el grado de pecaminosidad no cambia el método que Dios utiliza para tratar con la trasgresión. Él está dispuesto a rebajarse tanto como sea necesario a fin de rescatar a un pecador del abismo, y salva a los que están en el fondo de la sima exactamente como a los que están más arriba.
Permítanme explicar lo que sucede. Hay algo que se llama adicción.
Me gustaría compartir algo que dijo Elena G. de White acerca de la adicción.
Ella no utiliza la misma palabra, pero sin dudas se refiere al mismo tema. La cita la tomé de El camino a Cristo, 71, 72. La compartiré con usted en fragmentos, de manera que podamos comentarla por partes. Las palabras de Elena G. de White aparecen en negrita:
Tú deseas hacer su voluntad, pero eres moralmente débil, esclavo de la duda y dominado por los hábitos de tu vida pecaminosa.
Se trata de un adicto. Un adicto no tiene absolutamente ningún control sobre sus hábitos pecaminosos.
Las promesas y resoluciones que haces son tan frágiles como telarañas.
Se trata de un adicto. Un adicto dice, "Nunca más lo haré", y cinco minutos más tarde ha caído nuevamente en lo mismo.
No puedes gobernar tus pensamientos, impulsos y afectos.
Se trata de un adicto. Si un adicto experimenta el deseo de su hábito, tiene que satisfacerlo. No puede negarse a sus impulsos.
El recuerdo de tus promesas no cumplidas y de tus votos quebrantados debilita la confianza que tuviste en tu propia sinceridad, y te induce a sentir que Dios no puede aceptarte.
¿Dice Elena G. de White que Dios no puede perdonar al adicto?, o más bien que el adicto siente que Dios no puede perdonarlo. La respuesta eS obvia. Dios está dispuesto a perdonar, pero el adicto encuentra dificil, o imposible, creer que Dios puede perdonarlo. Por supuesto que lo perdonará la primera o la segunda ocasión. Probablemente perdone la décima ocasión, y por un milagro de su gracia puede que perdone por centésima vez a alguien que peca. Pero, ¿qué sucederá en la milésima ocasión?
¿Recuerda usted la carta dirigida al director de Insight que cité en el capítulo l? Permítame refrescarle la memoria: "¿Cuál será la solución cuando uno ha pedido perdón y confesado, está dispuesto a abandonar su pecado, ha orado fervientemente y se ha consagrado a Dios solo para darse cuenta que ha caído nuevamente en el mismo pecado?
En algún lugar le falta un eslabón vital a la cadena que me permite llegar a ser como Cristo. ¿Habrá alguien que haya recorrido el camino antes que yo, que haya encontrado la respuesta, la solución factible que resulte en una alabanza triunfante, al final del día, de todo corazón, dedicada al Amigo que ha hecho tanto por nosotros? ¡Qué cambio sería ese! Estoy totalmente de acuerdo con la idea de vivir de
'victoria en victoria', pero ¿cómo hacerlo?" (Insight, 19 de marzo de
1974).
Créame, millones de cristianos se sienten exactamente así. Me atrevo a decir que el desesperado autor de la carta aparecida en Insight era un adicto.
¿Era adicto al alcohol, al tabaco o las drogas? Quizá, pero habría sido lo mismo si lo fuera respecto a alimentos, sexo, ira, café, televisión o novelas.
No sé que hábitos tenía, pero estoy seguro que tenía alguno, porque no podía decir no. La incapacidad para decir no es una de las características principales de los adictos.
Los adictos son un tipo de personas que Jesús coloca sobre la "plataforma
petrolifera", para que puedan luchar contra su hábito.
Opino que la declaración de Elena G. de White acerca de que Jesús cubre nuestras deficiencias con sus méritos divinos, se aplica a todos los adictos que en su desesperación intentan triunfar, pero que debido a sus fracasos sienten que Dios no puede aceptarlos. ¿Saben ellos lo que están haciendo cuando se entregan a su hábito? ¡Por supuesto! ¿Cómo puede un alcohólico no estar al tanto de que se está llevando una copa a los labios? ¿Cómo puede el drogadicto no estar al tanto de que se está introduciendo una aguja en el brazo? "¿Por qué no dicen que no?", pregunta usted.
Simplemente, porque un adicto no puede decir no.
Repase conmigo la declaración inicial en el párrafo de Elena G. de
White que cité anteriormente: "Tú deseas hacer su voluntad, pero eres moralmente débil, esclavo de la duda y dominado por los hábitos de tu vida pecaminosa". Fíjese que ella dijo: "Tú deseas hacer su voluntad". Esas personas no se están rebelando contra Dios. No están presentando excusas
por su pecado. Desean desesperadamente obtener la victoria. Pero Elena
G. de White dice que son "moralmente débiles, esclavos de la duda y dominados por los hábitos de [ ... ] su vida de pecado".
Un esclavo no tiene opciones. Un esclavo no puede simplemente decir
"no". Es precisamente a favor de ellos que Jesús está dispuesto a compensar cualquier deficiencia. Personas que en su corazón tienen el deseo de obedecer a Dios y están haciendo esfuerzos por lograrlo; pero todavía no han podido obtener la victoria.
A estas alturas, me parece que alguien dirá: "¿Así que usted me está diciendo que cualquiera se puede salvar aun en el mismo acto de adulterio?"
Algunos fariseos le hicieron la misma pregunta a Jesús y él se mostró más que dispuesto a salvar a la presunta víctima (ver Juan 8: l-ll).
Conocí a una mujer cuyo matrimonio estaba en ruinas. Debido a que su esposo abusaba de ella, tanto física como emocionalmente, experimentaba una gran carencia de afecto. Cedió cuando un atento compañero de trabajo comenzó a brindarle atenciones. En pocas semanas se vio enredada en una relación adúltera. Era cristiana, y sabía que estaba haciendo algo malo.
-Nos acostamos ocho o diez veces, entonces lo dejé. Fue la cosa más difícil que he hecho, pero sabía que no tendría paz alguna si no daba por terminada aquella relación.
Cuando. hubo concluido su relato, le dije a aquella dama:
-Usted consideraba que era cristiana mientras tuvo aquel amorío.
¿Sintió usted que Dios la abandonó algún momento?
-¡Oh, no! -dijo ella-o No, no. Nunca pensé eso.
¿Estoy excusando su pecado? ¡Por supuesto que no! O, como Pablo hubiera dicho, "lejos esté de mí".
Pero cuán fácil es juzgar a otro ser humano a distancia, cuando todo lo que podemos observar es su conducta. No tenemos idea del dolor, del infierno que estaba empujando a la dama aquella a buscar alivio. No tenemos idea de su debilidad, de la pasión abrumadora que estaba tratando desesperadamente de controlar aun cuando no sabía cómo lograrlo.
Me siento agradecido por una declaración de Elena G. de White que ya hemos mencionado una o dos veces en este libro. Me ayuda a dejar cualquier juicio en manos de Dios:
"Para avanzar sin tropezar, debemos tener la segundad de que una Mano todopoderosa nos sostendrá, y que una infinita misericordia se ejercerá hacia nosotros si caemos. Solo Dios puede oír en todo momento nuestro clamor por ayuda" (HH 157).
Por favor, observe dos detalles en esta declaración. En primer lugar,
"una infinita misericordia se ejercerá hacia nosotros si caemos". ¿Esto se puede aplicar a todos los pecados, exceptuando los pecados de índole sexual? ¿Nos atreveremos a decir que Dios no abandona a nadie en su lucha con la adicción, excepto en el caso de un hábito sexual? ¿Interrumpe
Dios su relación con la gente que comete pecados sexuales?
¿Debo responder a esta pregunta? Espero que haya encontrado la respuesta por usted mismo.
El segundo punto que deseo resaltar respecto a la declaración anterior se encuentra en la última frase: "Solo Dios puede escuchar ep cualquier momento nuestro clamor pidiendo ayuda". Francamente, todo lo que puedo hacer es escuchar cuando nuestra amiga me dijo que ella consideraba que era una cristiana que mantuvo una relación salvadora con Jesús ~urante todo el tiempo en que estuvo cometiendo adulterio. ¿Estaba ella genuinamente arrepentida por su pecado y ansiosa por corregirlo, incluso cuando participaba en actiVldades pecaminosas? ¿O simplemente era incapaz de manejar la combinación de dolor y pasión? Solo Dios lo sabe a ciencia cierta, porque únicamente él puede escuchar en determinado momento cualquier súplica de ayuda.
¿Significa esto que la iglesia debiera evitar la disciplina en casos como el citado? No. Si se la practica apropiadamente, la disciplina puede ser un paso hacia la restauración. La bondad equivocada que rehúsa aplicar la disciplina correspondiente, puede en efecto endurecer al pecador en su trasgresión. Pero los que son responsables de administrar disciplina con relación a pecados más serios, necesitan entender el poder de los hábitos y ofrecer ayuda en vez de censura, especialmente cuando hay evidencias de un arrepentimiento genuino.
Me gustaría resumir lo que hemos dicho hasta aquí en la presente obra. La justificación es como una plataforma petrolífera. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, él inmediatamente nos coloca sobre la plataforma, y desde ese momento somos salvos. También desde ese momento nos dedicamos a desarrollar nuestro carácter: una tarea que es imposible realizar cuando estamos sumergidos en el mar del pecado. Jesús sabe que cometeremos errores mientras desarrollamos un carácter que refleje el suyo. Por eso construyó una plataforma fuerte y sólida, una que no se hundirá cada vez que cometamos un error. Dios construyó una "plataforma sobre el mar" para que fuera un lugar seguro donde usted y yo podamos edificar nuestro carácter; aunque cometamos errores, sin temor a caernos.
Jesús tampoco nos empujará fuera de la plataforma cada vez que nos equivocamos, mientras aprendemos a no cometerlos de nuevo. Si pecamos mientras estamos en el proceso de aprendizaje, ¡él nos cuidará para que no caigamos! Yeso se aplica al chisme, a los pecados sexuales y a cualquier otro género de pecado.
i Estas son las más maravillosas buenas nuevas del mundo para todos los que están luchando con la tentación!

Tomado del libro "El dragón que todos llevamos por dentro"

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