Todavía recuerdo
la primera vez que presenté en público los conceptos que he tratado hasta aquí.
Durante algún tiempo consideré la necesidad de hablar sobre el tema, pero no habla
tenido tiempo de organizar mis ideas. En la primavera de 1991, la Asociación de
Georgia-Cumberland me invitó a presentar una serie de charlas durante su
reunión campestre anual. Al llegar al lugar de la reunión descubrí que me
habían asignado una hora más de lo que yo había anticipado.
Había llegado la
oportunidad de presentar el
tema
sobre la justificación.
Había aprendido
que cada vez que predico sobre un tema nuevo me harán preguntas que nunca se me
habían ocurrido. No me defraudaron en aquella ocasión. Ni siquiera había
terminado de hablar cuando alguien exclamó:
-¡Dios nos salva
de nuestros pecados, no en ellos!
-¡No existe
ninguna excusa para transgredir la ley! -dijo otro enfáticamente.
Cuando respondí
aquellas preguntas, se levantó una tercera mano de alguien que preguntó.
-Usted no se
refiere a los pecados intencionales, ¿verdad?
No recuerdo cómo
respondí a esta pregunta, pero sé que durante varios meses, prácticamente
dondequiera que presentaba la misma charla, alguien se me acercaba al final de
la reunión y me decía:
-Seguramente
usted no se refiere a los pecados intencionales, ¿verdad, pastor Moore?
A menudo, el tono de voz y
sus miradas me decían que estaban bastante preocupados de que en realidad
estuviéramos hablando de pecados intencionales.
Consideré esa
última pregunta por un buen tiempo antes de encontrar la respuesta; o quizá
debiera decir, antes de encontrar una respuesta que tuviera sentido para mí
mismo. Ahora presento la respuesta como pane de un. seminario y ya nadie ha
vuelto a hacer la misma pregunta. Cuando usted lea mi respuesta, espero que le
parezca acertada. Si así es, también espero que sean buenas nuevas.
Los pecados que
Dios no cubrirá
Antes de decir
si la justificación cubre o no los pecados intencionales, tenemos que definir
qué entendemos por pecados intencionales. Veamos tres tipos d;;'pecados
intencionales que Dios no perdonará y no cubrirá con la justicia de Cristo.
La rebelión
Por pecados
intencionales entendemos los pecados que una persona decide cometer con el
pleno conocimiento de que se trata de algo impropio, y sin abrigar el deseo de hacer
lo correcto. Si esto es así, entonces estoy de acuerdo: la justificación no
cubre ese tipo de pecado intencional.
A esto lo llamo
"pecados con arrogancia". Es en realidad lina rebelión contra Dios.
El mundo está lleno de personas que piensan que las normas morales de Dios son
tontas, que los cristianos que obedecen sus leyes son personas ingenuas. Son
individuos que se sentirán muy bien si nadie les señala sus pecados. Tales personas
no abrigan ningún tipo de arrepentimiento en sus corazones. Mientras mantengan
esa actitud acerca de sus pecados, no podrán recibir la justificación divina.
Cualquier pecado del cual/no estemos dispuestos a arrepentimos, jamás será
cubierto por el manto de la
justicia de Cristo.
La presunción
Otro tipo de
pecado intencional que Dios no perdonará ni cubrirá con la justicia de Cristo,
es todo aquel que intentemos justificar. Escuché un buen ejemplo en una charla
que presenté en el
sur
de California a fines de
1993. Al
concluir la presentación sobre los pecados intencionales, una dama levantó la
mano para decir: "Tengo un amigo que fuma. Él me dice que se le hace
imposible vencer su hábito, y cree firmemente que Dios entiende su situación y
lo perdonará a pesar de todo".
Eso es
presunción. Deseo compartir un principio del cual hablaré en los próximos
capítulos en otro contexto, pero que debo exponerlo aquí también: La
victoria sobre cualquier pecado está al alcance de todo cristiano.
No existe un
pecado imposible de vencer. El arrepentimiento significa que usted
acepta esta declaración y se compromete a que se convierta en una realidad en
su vida. Puede que luche durante mucho tiempo antes de lograr una victoria
completa, pero nunca hemos de abandonar el propósito de vencer. Usted jamás
debería renunciar a la victoria.
El hombre que
dijo que no podía vencer su hábito de fumar y que estaba seguro que Dios lo
entendería y lo perdonaría, no estaba dispuesto a creer que podía triunfar.
Aunque estuviera dispuesto a creer, no estaba dispuesto a pagar el precio que
la victoria demanda. Decía, en esencia:
"Me gusta
demasiado mi pecado para dejarlo, de manera que vaya racionalizar una manera de
disfrutarlo y creer que seré salvo de todas formas".
No vacilo en
decirle a cualquier cristiano que piensa así: Usted corre el grave peligro
de romper su relaci6n con Jesús, si es que no la ha roto ya.
Presunción
significa presentar excusas por nuestros pecados, porque nos negamos a creer (o
no queremos creer) que podemos vencerlos. Es una forma intencional de pecado
que Dios no puede perdonar, y que no cubrirá con la justicia de Cristo.
Una doctrina
mortal
Una tercera
forma de pecado intencional, que es fatal para la vida eterna, es la que se
apoya en lo que yo llamo "una doctrina mortal". Encontré una
excelente ilustración en un articulo sobre la homosexualidad publicado hace
algún tiempo en Christianity Today. Antes de citarlo, deseo asegurar que
los editores de dicha publicación no aprueban la actitud que en el mismo se
expresa. A continuación el párrafo:
"Gail, una
lesbiana que sostenía una relación monógama, habla apasionadamente de su fe
cristiana. [ ... ] Argumenta que la verdadera fe cristiana no se atascará en el
arrepentimiento y
en
el perdón, sino que podrá ser alimentada por cualquier forma de amor" (Christianity
Today, 19 de julio de 1993).
Para nuestros
fines, el asunto central en la declaración de Gail es negar que el
arrepentimiento juegue papel alguno en la vida cristiana. A esto lo llamo
"una doctrina mortal".
Ningún ser
humano posee una teología perfecta, no importa lo sincero que pueda ser, o lo
bien que conozca la Biblia. Cualquier persona que sea salva, lo será a pesar de
su teología defectuosa. El requisito para ser salvo no ,es poseer una teología
perfecta. Es, 'más bien, tener fe en Jesús.
Sin embargo,
algunos conceptos teológicos, ° algunas
doctrinas, no son tan solo defectuosos, sino q1Ae son letales. P.or ejemplo,
Juan dijo que cualquiera que niegue 'que Jesús vino en la carne 'está de parte
del anticristo (ver 1 Juan 4: 1-3). ,¡Creo que usted estará de acuerdo conmigo
en lo tocante a que el
anticristo
ITO tendrá parte
alguna en el reino eterno de Dios!
Otra doctrina
letal es negar que Jesús sea el Salvador del mundo,que no murió para salvar a
los seres humanos de sus pecados. Estoy seguro que habrá innumerables personas
en el delo que no llegaron 'a conocer
nada acerca de Jesús, o, que si supieron algo de él, no entendieron plenamente quién
era y lo que había hecho por eUos, Pero nadie podrá ser salvo si conoce la
verdad y se niega a creerla. Esta es otra doctrina mortal.
Gail creía y
practicaba una doctrina que neva a la muerte. Ella creía que "la verdadera
fe cristiana no se atascará en el arrepentimiento y el perdón, sino que será
alimentada por cualquier forma de amor". Juan el Bautista dijo:
"¡Arrepentíos!" Jesús dijo: "¡Arrepentíos!" Pedro dijo
"¡Arrepentíos!"
(Mat. 3: 2; 4:
17; Hech. 2: 38). ¡Cómo puede Gail decir que el arrepentimiento no es importante para la
fe cristiana!
Dios puede
aceptar a la gente que piensa que algo es correcto cuando a sus ojos es
incorrecto, siempre y cuando no traten de justificar su conducta, o se rebelen
contra sus leyes. Por equivocada que sea la conducta homosexual, la
"doctrina letal" de Gail no era creer que la homosexualidad es una
conducta aceptable para los cristianos. Mi preocupación es que ella no aceptaba
el valor del arrepentimiento.
No puedo dejar
de preguntarme si Gail decidió actuar de aquella forma porque no deseaba
abandonar su homosexualidad. Solo Dios lo sabe; pero si esta era su forma de
pensar, entonces su doctrina era mortal porque trataba de justificar al pecado,
y de hecho equivalía a decir que la victoria es imposible. Esta es otra
variante de los pecados intencionales que
Dios no puede
perdonar y que no cubrirá con la justicia de CristO.
Los pecados que
Dios sí cubrirá
Ya que hemos
examinado tres categorías de pecados intencionales que
Dios no puede
aceptar, me gustaría mencionar una que si creo ha de perdonar.
Me refiero a lo
que algunas personas llaman "un pecado conocido".
El asunto es este:
Cuando alguien sabe que está haciendo algo incorrecto, ¿será esto un pecado
intencional que Dios no puede perdonar, o cubrir con la justicia de Cristo? Mi
respuesta es: no necesariamente,
Permítanme
explicarlo.
Comenzaré
citando un texto que encontré en un folleto publicado por
The Bridge, un centro para
el tratamiento a la adicción a sustancias químicas que ya hemos mencionado
anteriormente. Los directores del centro, Paul y Carol Cannon, son unos
consagrados adventistas del séptimo día. Tuve el privilegio de participar en su
programa de tratamiento de la dependencia en marzo de 1993, y mi esposa Lois
hizo lo mismo dos meses después.
Lo que deseo
compartir con usted es una carta escrita por un adicto a
The Bridge.
"He sido
adicto desde los trece años. Tengo dos hermanas menores. Mis dos hermanos más
jóvenes murieron a causa del infierno del alcohol y las drogas. Mi padre
también murió de lo mismo. Mi madre, quien prácticamente ha perdido la razón
[debido al alcohol], ha estado viviendo prácticamente en las calles.
Mi abuso de la
bebida y las drogas está empeorando. He experimentado con la cocaína, la
marihuana y con las drogas inyectadas. Este pasado fin de semana gasté setenta
y cinco dólares en cocaína, sacado del dinero que teníamos reservado para pagar
el alquiler de nuestra casa móVIl. Debido a que gano 5,75 dólares por hora,
esto representa una porción grande de mi sueldo.
Cada vez que uso
drogas y alcohol, me digo a mí mismo, a mi esposa, a mi hijo mayor y al Señor,
que estoy arrepentido y que deseo dejar el vicio. Mi intención es que esa sea
la última vez, pero nunca sucede así; apenas uno o dos meses después vuelvo a
caer.
Mi esposa, junto
con otras personas que se preocupan por mí, continúa diciéndome que la única
manera de vencer el hábito es haciendo una entrega total a Jesús. Mi esposa
está escribiendo esta carta a máquina y me pregunta qué otra cosa quiero decir,
pero mi mente no está muy clara y no puedo pensar en este momento qué más puedo
decir, excepto hacer una pregunta: ¿pueden ayudarme?"
Reflexionemos un
poco acerca de esta carta. De hecho, me gustaria que nos hiciéramos tres
preguntas.
• Cuando este
joven bebe y usa cocaína, ¿sabe lo que está haciendo?
• ¿Se arr~piente de su pecado?
• ¿Se está
apartando del pecado, está intentando vencerlo?
Cada vez que
presento este tema un sábado de mañana, por lo general le pido a la
congregación que respondan a esas preguntas levantanri.: la mano para expresar
su aprobación o su desacuerdo. La mayor par:c responde afirmativamente a las
tres preguntas.
Esta es otra
pregunta difícil:
Si el
arrepentimiento genuino incluye tristeza por el pecado (una actitud) y un
abandono del mismo (una acción), ¿estaba aquel joven genuinamente arrepentido?
Mis oyentes
nunca han vacilado en responder afirmativamente a esta pregunta. Aquel joven
detestaba el
hábito
pecaminoso de ingerir alcohol e inyectarse drogas. Estaba desesperado por
obtener la victoria (actitud).
Además, como el hijo pródigo,
estaba haciendo un esfuerzo por dejar el vicio (acción). Según sus propias
palabras, en numerosas ocasiones le había prometido a Dios, a su esposa y su
familia que iba a abandonar sus hábitos, y en cada ocasión lo había logrado ...
aunque tan solo por algún
tiempo.
Finalmente, en medio de una total desesperación, dictó una carta para enviarla a The
Bridge, con el
fin
de pedir ayuda.
Claramente, este
joven deseaba dejar su vicio y estaba intentando hacerlo.
Manifestaba
todas las señales de un arrepentimiento genuino.
Ahora permítanme
hacer otras dos preguntas:
Si Jesús está
dispuesto a aplicarle sus méritos divinos a las deficiencias de cualquier
persona que tiene en su corazón el deseo de obedecer a Dios, y que está
haciendo esfuerzos para lograrlo, ¿podría aquel joven ser incluido?
El público
siempre ha respondido afirmativamente a esa pregunta.
Ahora sigue la
pregunta más difícil de todas:
Si aquel joven
sabia lo que estaba haciendo cuando bebía y cuando usaba cocaína, y sentía
remordimiento por lo que hacía, deseando abandonar su conducta, ¿suplirá Jesús
su deficiencia con sus propios méritos diVInos, aunque no haya dejado sus
hábitos? ¿Lo cubrirá Jesús con su justicia mientras él lleva a cabo sus actos
pecaminosos?
Me gozo al
poder decir que la mayoría de los adventistas levantan la mano para responder
afirmativamente a esta última pregunta.
¿Pero cómo puede
ser verdad esto? Aquí tenemos un joven que sabe muy bien lo extremadamente malo
que es beber alcohol y usar drogas, y lo hace de todas formas. ¿Es de esperar
que Dios cubra ese pecado con los méritos divinos?
Suponga que hay
una dama cuyo pecado favorito es el chisme. Un sábado de mañana, mientras
escucha el sermón, Dios la convence de lo malo que es el chisme. De
inmediato se arrepiente. Se siente muy acongojada por su pecado, y jura que lo
dejará. En efecto. durante dos semanas lo deja.
Pero un día se
entera que el primer anciano y la directora del coro están sosteniendo una relación
ilícita, y cede ante la tentación. Toma el teléfono y comparte las aquellas
noticias con su mejor amiga ¿Cree usted
que Jesús cubrirá el pecado del chisme de aquella hermana, una trasgresión
obvia, con sus méritos divinos?
La mayor parte
de los adventistas que he conocido no tienen reparos en responder
afirmativamente. Dicen: "A fin de cuentas, no es más que un pequeño
pecado".
¡Qué
interesante! ¡El plan de Dios para salvar a los que cometen pecados de menor
cuantía es diferente del método aplicable a los que han cometido pecados
mayores!
Lo cierto es que
Dios nos salva a todos del mismo modo. Puede que sea más aceptable para
nosotros suponer que Dios cubra los pecados pequeños con su justicia y no los
grandes, pero puedo asegurarle que el grado de pecaminosidad no cambia el método
que Dios utiliza para tratar con la trasgresión. Él está dispuesto a rebajarse
tanto como sea necesario a fin de rescatar a un pecador del abismo, y salva a
los que están en el fondo de la sima exactamente como a los que están más
arriba.
Permítanme
explicar lo que sucede. Hay algo que se llama adicción.
Me gustaría
compartir algo que dijo Elena G. de White acerca de la adicción.
Ella no utiliza
la misma palabra, pero sin dudas se refiere al mismo tema. La cita la tomé de El
camino a Cristo, 71, 72. La compartiré con usted en fragmentos, de manera
que podamos comentarla por partes. Las palabras de Elena G. de White aparecen
en negrita:
Tú deseas hacer
su voluntad, pero eres moralmente débil, esclavo de la duda y dominado por los
hábitos de tu vida pecaminosa.
Se trata de un
adicto. Un
adicto no tiene absolutamente ningún control sobre sus hábitos pecaminosos.
Las promesas y resoluciones que
haces son tan frágiles como telarañas.
Se trata de un
adicto. Un
adicto dice, "Nunca más lo haré", y cinco minutos más tarde ha caído
nuevamente en lo mismo.
No puedes
gobernar tus pensamientos, impulsos y afectos.
Se trata de un
adicto. Si
un adicto experimenta el deseo de su hábito, tiene que satisfacerlo. No puede
negarse a sus impulsos.
El recuerdo de
tus promesas no cumplidas y de
tus votos quebrantados debilita la confianza que tuviste en tu propia
sinceridad, y
te
induce a sentir que Dios no puede aceptarte.
¿Dice Elena G.
de White que Dios no puede perdonar al adicto?, o más bien que el adicto siente
que Dios no puede perdonarlo. La respuesta eS obvia. Dios está dispuesto a
perdonar, pero el adicto encuentra dificil, o imposible, creer que Dios puede
perdonarlo. Por supuesto que lo perdonará la primera o la segunda ocasión.
Probablemente perdone la décima ocasión, y por un milagro de su gracia puede
que perdone por centésima vez a alguien que peca. Pero, ¿qué sucederá en la
milésima ocasión?
¿Recuerda usted
la carta dirigida al director de Insight que cité en el capítulo l? Permítame
refrescarle la memoria: "¿Cuál será la solución cuando uno ha pedido
perdón y confesado, está dispuesto a abandonar su pecado, ha orado
fervientemente y se ha consagrado a Dios solo para darse cuenta que ha caído
nuevamente en el mismo pecado?
En algún lugar
le falta un eslabón vital a la cadena que me permite llegar a ser como Cristo.
¿Habrá alguien que haya recorrido el camino antes que yo, que haya encontrado
la respuesta, la solución factible que resulte en una alabanza triunfante, al final
del día, de todo corazón, dedicada al Amigo que ha hecho tanto por nosotros?
¡Qué cambio sería ese! Estoy totalmente de acuerdo con la idea de vivir de
'victoria en
victoria', pero ¿cómo hacerlo?" (Insight, 19 de marzo de
1974).
Créame, millones
de cristianos se sienten exactamente así. Me atrevo a decir que el desesperado
autor de la carta aparecida en Insight era un adicto.
¿Era adicto al
alcohol, al tabaco o las drogas? Quizá, pero habría sido lo mismo si lo fuera
respecto a alimentos, sexo, ira, café, televisión o novelas.
No sé que
hábitos tenía, pero estoy seguro que tenía alguno, porque no podía decir no.
La incapacidad para decir no es una de las características principales de
los adictos.
Los adictos son
un tipo de personas que Jesús coloca sobre la "plataforma
petrolifera",
para que puedan luchar contra su hábito.
Opino que la
declaración de Elena G. de White acerca de que Jesús cubre nuestras
deficiencias con sus méritos divinos, se aplica a todos los adictos que en su
desesperación intentan triunfar, pero que debido a sus fracasos sienten que
Dios no puede aceptarlos. ¿Saben ellos lo que están haciendo cuando se entregan
a su hábito? ¡Por supuesto! ¿Cómo puede un alcohólico no estar al tanto
de que se está llevando una copa a los labios? ¿Cómo puede el drogadicto no estar
al tanto de que se está introduciendo una aguja en el brazo? "¿Por qué no
dicen que no?", pregunta usted.
Simplemente,
porque un adicto no puede decir no.
Repase conmigo
la declaración inicial en el párrafo de Elena G. de
White que cité
anteriormente: "Tú deseas hacer su voluntad, pero eres moralmente débil,
esclavo de la duda y dominado por los hábitos de tu vida pecaminosa". Fíjese que ella
dijo: "Tú deseas hacer su voluntad". Esas personas no se están
rebelando contra Dios. No están presentando excusas
por su pecado.
Desean desesperadamente obtener la victoria. Pero Elena
G. de White dice
que son "moralmente débiles, esclavos de la duda y dominados por los
hábitos de [ ... ] su vida de pecado".
Un esclavo no
tiene opciones. Un esclavo no puede simplemente decir
"no".
Es precisamente a favor de ellos que Jesús está dispuesto a compensar cualquier
deficiencia. Personas que en su corazón tienen el deseo de obedecer a Dios y
están haciendo esfuerzos por lograrlo; pero todavía no han podido obtener la
victoria.
A estas alturas,
me parece que alguien dirá: "¿Así que usted me está diciendo que
cualquiera se puede salvar aun en el mismo acto de adulterio?"
Algunos fariseos
le hicieron la misma pregunta a Jesús y él se mostró más que dispuesto a salvar
a la presunta víctima (ver Juan 8: l-ll).
Conocí a una
mujer cuyo matrimonio estaba en ruinas. Debido a que su esposo abusaba de ella,
tanto física como emocionalmente, experimentaba una gran carencia de afecto.
Cedió cuando un atento compañero de trabajo comenzó a brindarle atenciones. En
pocas semanas se vio enredada en una relación adúltera. Era cristiana, y sabía
que estaba haciendo algo malo.
-Nos acostamos
ocho o diez veces, entonces lo dejé. Fue la cosa más difícil que he hecho, pero
sabía que no tendría paz alguna si no daba por terminada aquella relación.
Cuando. hubo
concluido su relato, le dije a aquella dama:
-Usted
consideraba que era cristiana mientras tuvo aquel amorío.
¿Sintió usted
que Dios la abandonó algún momento?
-¡Oh, no! -dijo
ella-o No, no. Nunca pensé eso.
¿Estoy excusando
su pecado? ¡Por supuesto que no! O, como Pablo hubiera dicho, "lejos esté
de mí".
Pero cuán fácil
es juzgar a otro ser humano a distancia, cuando todo lo que podemos observar es
su conducta. No tenemos idea del dolor, del infierno que estaba empujando a la
dama aquella a buscar alivio. No tenemos idea de su debilidad, de la pasión
abrumadora que estaba tratando desesperadamente de controlar aun cuando no
sabía cómo lograrlo.
Me siento
agradecido por una declaración de Elena G. de White que ya hemos mencionado una
o dos veces en este libro. Me ayuda a dejar cualquier juicio en manos de Dios:
"Para
avanzar sin tropezar, debemos tener la segundad de que una Mano todopoderosa
nos sostendrá, y que una infinita misericordia se ejercerá hacia nosotros si
caemos. Solo Dios puede oír en todo momento nuestro clamor por ayuda" (HH
157).
Por favor,
observe dos detalles en esta declaración. En primer lugar,
"una
infinita misericordia se ejercerá hacia nosotros si caemos". ¿Esto se puede
aplicar a todos los pecados, exceptuando los pecados de índole sexual? ¿Nos
atreveremos a decir que Dios no abandona a nadie en su lucha con la adicción, excepto
en el caso de un hábito sexual? ¿Interrumpe
Dios su relación
con la gente que comete pecados sexuales?
¿Debo responder
a esta pregunta? Espero que haya encontrado la respuesta por usted mismo.
El segundo punto
que deseo resaltar respecto a la declaración anterior se encuentra en la última
frase: "Solo Dios puede escuchar ep cualquier momento nuestro clamor
pidiendo ayuda". Francamente, todo lo que puedo hacer es escuchar cuando
nuestra amiga me dijo que ella consideraba que era una cristiana que mantuvo
una relación salvadora con Jesús ~urante
todo el tiempo en que estuvo cometiendo adulterio. ¿Estaba ella genuinamente arrepentida por
su pecado y ansiosa por corregirlo, incluso cuando participaba en actiVldades
pecaminosas? ¿O simplemente era incapaz de manejar la combinación de dolor y
pasión? Solo Dios lo sabe a ciencia cierta, porque únicamente él puede escuchar
en determinado momento cualquier súplica de ayuda.
¿Significa esto
que la iglesia debiera evitar la disciplina en casos como el citado? No. Si se
la practica apropiadamente, la disciplina puede ser un paso hacia la
restauración. La bondad equivocada que rehúsa aplicar la disciplina
correspondiente, puede en efecto endurecer al pecador en su trasgresión. Pero
los que son responsables de administrar disciplina con relación a pecados más
serios, necesitan entender el poder de los hábitos y ofrecer ayuda en vez de
censura, especialmente cuando hay evidencias de un arrepentimiento genuino.
Me gustaría
resumir lo que hemos dicho hasta aquí en la presente obra. La justificación es
como una plataforma petrolífera. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro
Salvador, él inmediatamente nos coloca sobre la plataforma, y desde ese momento
somos salvos. También desde ese momento nos dedicamos a desarrollar nuestro
carácter: una tarea que es imposible realizar cuando estamos sumergidos en el
mar del pecado. Jesús sabe que cometeremos errores mientras desarrollamos un
carácter que refleje el suyo. Por eso construyó una plataforma fuerte y sólida,
una que no se hundirá cada vez que cometamos un error. Dios construyó una
"plataforma sobre el mar" para que fuera un lugar seguro donde usted
y yo podamos edificar nuestro carácter; aunque cometamos errores, sin temor a
caernos.
Jesús tampoco
nos empujará fuera de la plataforma cada vez que nos equivocamos, mientras
aprendemos a no cometerlos de nuevo. Si pecamos mientras estamos en el proceso
de aprendizaje, ¡él nos cuidará para que no caigamos! Yeso se
aplica al chisme, a los pecados sexuales y a cualquier otro género de pecado.
i Estas son las
más maravillosas buenas nuevas del mundo para todos los que están luchando con
la tentación!
Tomado del libro "El dragón que todos llevamos por dentro"
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